Cuando los acontecimientos nos desbordan.
Estamos en fechas estivales donde se alteran nuestras rutinas, los días son más largos, tenemos más tiempo libre para compartir con nuestras familias y amigos, hay más planes y podemos sentirnos desbordados. Tal vez no nos apetece, y sin embargo “decir que no” se complica, “encima de que vienen a verte, no les vas a hacer el feo”.
Sentimos un profundo enfado, hay rabia, desasosiego, haga lo que haga todo está mal, si hago lo que los otros quieren me siento mal, pero si por el contrario doy prioridad a lo que me apetece siento culpa porque igual dejan de pensar que yo soy estupenda….¡menudo dilema!
Hasta hace relativamente poco estaba atrapada en esta disyuntiva que me producía un gran malestar. Este año observo complacida que ya no me ocurre. Las circunstancias no han cambiado esencialmente, vuelven los calores, los viajes, los amigos, la familia. He de compaginar mi trabajo con las vacaciones de los otros y ya no me estresa, sigo en el mismo sitio pero soy capaz de gestionarlo.
El domingo ocurrió algo curioso, una alegre excursión en el campo estaba provocando en mi un fuerte desasosiego, me estaba enfadando, las opiniones de los demás me molestaban, no me apetecía participar de las risas y el buen ambiente que había a mi alrededor, me sentía apartada, aburrida, algo desconcertada.
Tenía dos opciones, reclamar atención y explicarles a los otros como me estaba sintiendo, lo que probablemente hubiera motivado un aumento de mi malestar porque había muchas papeletas para que no lo hubieran entendido y simplemente me hubieran invitado a unirme a ellos con buen ánimo puesto que el día era espléndido o bien apartarme del grupo y reflexionar sobre lo que estaba ocurriendo.
Opté por la segunda, me fui con mi perro a dar un paseo a una playa cercana con el pretexto de bajar la copiosa comida y finalmente me senté en una apacible zona de rocas. Fui consciente de que habían venido a mi, sensaciones de mi infancia donde yo me sentía apartada y desatendida. No era la Elena “adulta” quien tenía malestar sino una Elena “pequeñita” triste y solitaria, estaba reviviendo en el presente una situación del pasado que no tenía nada que ver con las personas con quienes compartía el día de campo.
Tras descansar unos minutos, relajarme y centrarme en el maravilloso paisaje, me pregunté que necesitaba en ese momento y la respuesta fue simplemente estar un ratito a solas conmigo, conectar con esa sensación y dejarlo estar arropada por mi misma. Mi malestar poco a poco se fue disipando sin apenas darme cuenta.
Pasado un rato, Yupi y yo volvimos a la reunión con los amigos con otro ánimo y sobre todo en el presente. Pude compartir con ellos el resto de la tarde con alegría y satisfacción, disfrutando del lugar, del tiempo y de la compañía.
*Playa de Bares ( A Coruña).
Elena Aparicio Hermosilla
Psicóloga Colegiada G-4887